jueves, 3 de julio de 2008

Mi vida sin ti - 1/3

No quiero ni pensarlo, me atormenta cada vez que resurge en mi mente, lo cobarde que pude llegar a ser. Nunca estuve más convencido de algo, pero aún así me negué a forjar mi destino, a participar en él y escribir como si de una pluma mágica se tratara el resto de mis días, y me secuestre en mis propias sombras donde a cambio de tranquilidad y seguridad entregué lo que ahora me convierte en este ser sin ilusiones ni pretensiones, pues mi tiempo pasó, y a mi pesar, nunca o rara vez como excepción te da una segunda oportunidad donde arreglar aquello que en estos momentos me sumerge en mares infranqueables y océanos de soledad.

Todo pasó un día cualquiera de los de mi rutinaria vida, salía de trabajar y unos amigos me quisieron invitar a tomar unas copas en el bar de enfrente de la empresa. Mi vida no es que la considere muy interesante, lo típico, siempre levantarme a la misma hora para ir a trabajar, terminar la jornada laboral, llegar a casa y esperar que pasen los días lo mas rápido posible pues mis amigos trabajan y hasta el fin de semana no siento con ellos que tengo las riendas de mi vida. Hacemos cualquier cosa, y lo pasamos en grande. Aunque me resulta difícil vivir de los fines de semana me alivian la existencia extraordinariamente. Aún así, no les dije que si, no me encontraba con ánimo. Pensaba en esto una y otra vez, bloqueándome hasta niveles increíbles, siendo desde hace tiempo un ser social de fin de semana.

De camino a casa cogí el autobús, tenía el coche en reparación, por lo cual llevaba toda la semana con la grata novedad de los retrasos y los empujones de tal grandioso medio de transporte. Cuando llegó, subí y me acerqué a la puerta de salida pues había mucha gente y no quería pasarme de parada y tener que andar más de diez minutos en sentido contrario. Cuando se detuvo a tres paradas de la mía, como estaba delante de la salida, una anciana me dijo que le hiciera el favor de subirle por esta puerta el carro de la compra, ella subiría por la entrada para pagar el ticket y ya dentro nos encontraríamos. Sin dudarlo le dije que por supuesto y lo subí. Cuando la anciana se puso en la cola para entrar, a pocas personas de ella, se cerró la puerta pues no cabía más gente. Como sabía que iba a arrancar tuve que bajarme rápidamente con el carro para dárselo, pero desafortunadamente antes de poder volver a subir se cerró también la de salida y el autobús partió, encontrándome fuera de él y en tierra. La cara en instantes me cambió, se me encendió, me enrojecí de cólera. La anciana por su actuación me imagino que supo reconocerlo en mi rostro, me miró a los ojos y con un simple lo siento cogió el carro y se sentó en la parada a esperar otro autobús. No podía quedarme allí quieto y como una hoja cuando se ve azotada por el viento, empecé a andar en dirección a mi piso. No podía entender como por ayudar a alguien le podía pasar a uno esto.

Me encontraba andando, con dirección, pero aturdido, casi sin sentido. No veía la calle, ni los edificios, todo se convirtió en un inmenso mar, surcado de muchísimos barcos a la deriva. Iban en todas direcciones, pasaban a mi lado con las luces apagadas y la radio desconectada, y las velas desplegadas, esperando que la brisa les llevase a un lugar donde refugiarse de las tormentas que les acechaban en mar abierto, obligándoles a superar altas olas con esfuerzo y coraje. Para colmo todo se nubló, pero estas nubes estaban formadas de palabras que a ritmo de danza aparecían de la nada o se transformaban en otras más grandes cuando se enlazaban las ideas que implicaban. No podía seguir así, tenía que despertar de aquel sueño, abrir los ojos y buscar mi cordura, me acerqué a una fuente y me eché agua en la cara, todo parecía estar mejor o al menos eso esperaba yo.

Divisé un bar, que me llamó la atención, nunca lo había visto, estaba tan solo a cinco minutos de mi casa y me parecía algo mágico casi creado aquella mañana, puesto allí con una grúa gigante y encajando perfectamente entre los dos edificios que lo rodeaban. Me dije, ¿que más da?, ¿porqué no entrar? Es que pierdo algo, que yo sepa hasta mañana a las ocho no vuelvo a entrar y no tengo nada que hacer en toda la tarde. Entré, pedí una cerveza y me senté en una esquina donde viera pasar la gente por la calle, para que así se disimulara mi soledad. Que verdad es, cuanta más gente tienes a tu alrededor más solo te sientes.

Sería difícil expresar todo lo que allí sentado se me pasó por la cabeza. Pero tenía claro porqué me sentía así, era consciente de la causa principal de mi melancolía y todo cuanto me provocaba. Tenía el móvil entre las manos, no sabía a quien llamar, bueno mejor dicho no tenía a quién. Pero empecé a escribir un mensaje, como de si una botella se tratara, la cual tirara al mar, en la que un mensaje hubiese escrito, en una humilde hoja de papel, que contara mi situación actual, pidiendo ayuda por todo cuanto sientía y que llegara algo a mi vida que llenara todos esos huecos de mi alma que permanecen vacíos desde mi creación; esperando que en la otra orilla la mujer de mis sueños la recogiese y volará hasta aquí, anidara en mi ser y por siempre fuéramos uno donde el tiempo se detuviese y la eternidad no se consumiera y, por supuesto, sin preocuparme de que se me acabara el tiempo de mi corazón.

Absorto en estos pensamientos, terminé la cerveza y cuando levanté la cara para pedir otra, creía que seguían sumergido en mis pensamientos, no había visto una mujer tan bella desde hace años. Ella estaba lavando los vasos, tenía el pelo rubio, y un suéter mojado por el agua que lo salpicaba. No me atrevía a levantarme para ir hacia la barra, así que me quedé mirando para ver si levantaba la cara, estaba embelesado, observándola como si de una especie nueva se tratase. Levantó la cara por fin, y en décimas de segundo su mirada me traspasó, instalándose en mi mente sin previo aviso, ocupándola de norte a sur, de este a oeste, sin ni siquiera tomarse un respiro en el que pudiera caer en la cuenta de que algo estaba cambiando mi vida para siempre. Y como si el espacio-tiempo en el que estuviese se parara y los sonidos se hicieran eco lejano, me transportó a un lugar indefinible, donde el mundo eran miradas y sus lágrimas las estrellas que lo poblaban.

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